Dimelo así en voz baja, al oído, dime que voy a cerrar los ojos y voy a despertarme después muy despacio entre sábanas de franela con cortinas descorridas y persiana levantada y frío sol de enero, y la ventana abierta porque ya te has ido y no quieres que la casa huela a ti, pero yo sí, y me cago en tu maldita costumbre, que además de borrar tu olor me deja la habitación helada hasta las 12 cuando por fin la comunidad de vecinos conecta la calefacción central.
Dime que no es verdad, dime que yo nunca he tenido un sueño erótico con tres mujeres en una playa del Caribe, dime que lo más parecido a eso fue mi vecina de enfrente, y que ahora tú me vas a dejar a medio gas, que lo que tienes que hacer es acabar un par de encargos por el edificio, que yo fui un rato agradable y nada más. Repíteme que cierre los ojos de una vez.
Dime que no es verdad, y yo haré como cuando no quería que mi madre me diera sus charlas de adolescencia, y me haré el dormido sobre el lado contrario a la puerta, y apretaré los ojos esperando oir el ruido de la cerradura desde fuera, y suspiraré hondo para empezar a respirar largo y tendido con el diafragma hasta que llegue el sueño de verdad y me pille tendido boca arriba en la cama con el edredón sobre el ombligo, los brazos a los lados, y la ventana esperando a que vengas a abrirla antes de amanecer.
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