viernes, 15 de enero de 2010

Azul, pero no tanto.

La verdad es que tenía tantas ganas de verte de nuevo como de morder el hielo que nos pasábamos de pequeños, oh, qué monos, éramos niños, niños, ni-ños. Porque son chicas, quién querría jugar con ellas, claro que sí, pelémonos las rodillas con balones en campos de tierra, que ya llegará la hora lejana de pelarnos la tercera extremidad, oh, éramos niños, qué podíamos saber de aquello. Y tú allí, con tu media melena y tus coleteros rosas, reina pop de Quinto de Primaria.

La verdad es que tenía tantas ganas de verte de nuevo como de beberme el Malibú Piña que supuso mi terrible primer paso en la espiral que fue deconstruyendose noche tras noche, cerrando bares y gastando tantas fichas como si fuera el primer cabeza de serie de una noche caliente en Las Vegas, haciendome pasar por la persona que en realidad soy, y mujer tras mujer tras mujer, todas se fueron. Y yo no pillé con ninguna.

La verdad es que tenía tantas ganas de verte de nuevo como de echar aquella partida de mus en la que nos jugamos los calzoncillos a la tercera vaca, y yo perdí con un órdago a la chica siendo mano con tres pitos cinco contra tus tres pitos cuatro, y toda la noche en el lago en pelotas con la linterna, y el verano del amor, y las neumonías hasta octubre, y tú te fuiste lejos, yo tenía ganas de verte, y de recuperar mis calzoncillos.

La verdad es que tenía ganas de recuperar mis calzoncillos azul marino que me daban suerte, porque yo era coleccionista de amuletos en aquel estuche negro y gris de puma, el clavo de Cristo, el boli que aprobaba exámenes, el sulfato cúprico pentahidratado que robamos de aquel laboratorio de Química en Bachillerato, el Caballo de Oros con la esquina superior izquierda doblada, yo quería mis calzoncillos azul marino, porque desde aquel entonces nada, nunca sin mis calzoncillos.

De modo que empecé a ir sin calzoncillos a todas partes, lo que me llevó a un rosario de erupciones en la cara interna de los muslos provocadas por las infames costuras internas del doctor Levi Strauss (Hitler dejó tanto por hacer), mi padre nunca más me dejó su R5 amarillo por las sospechosas manchas que aparecian después de cada uso, y juro que ninguna fue fuera del asiento del conductor, lo juro, lo curo, es cierto, tanto como la cicatriz que tengo en el muslo derecho.

Yo tenía tantas ganas de verte como de que me devolvieras mis calzoncillos azul marino, reina del pop de primaria, y que me los quitaras después, licenciadada en la Autónoma, a mordiscos.

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