lunes, 28 de diciembre de 2009

Back in the USSR

yeah, flew in from Miami Beach B.O.A.C.
din't get to bed last night
all the way the paper bag was on my knees
man, i had a dreadful flight.
(Lennon/McCartney)

Me esperaba a la llegada a Moscú con su mostacho y su placa de plástico, en la agencia las cosas estaban jodidas, el dinero no llegaba, y parecía que no interesaba subir. Un Lada blanco para rodear tres puentes del Volga, una bolsa de basura azul para la ropa, una maleta de cuero beige para mis pantalones de cuadros y sus calzoncillos de follar.

Aquella noche las cantamos todas, todas, todas. Incluso repetimos alguna. En Moscú mueren cada invierno unos diez mil mendigos de congelación, leí en un periódico yankee una vez. Normal, pensé meando en la fuente redonda, normal, si es que pasan cosas. Nos rodeaba gente innecesaria, y a la vez necesaria para la misión. Porque tanto de pie como caído vale cualquiera.

En fin, todo estaba dispuesto. Teníamos el piso franco, teníamos las vistas, el rifle retráctil, la munición, los testigos, la hora. Teníamos un plan A y un plan B. Pero cometimos un único error. Brindar por el éxito una hora antes de disparar. Habíamos pasado demasiados años en los USA bebiendo bourbon, de modo que cuando probamos dos shots de aquel Russki Liod todo empezó a ir mal, muy mal.

No acertamos con la frecuencia de la onda corta de la policía (la Militsiya), que en cambio nos descubrió hurgando en el dial sin autorización. Me faltaron cuatro piezas del rifle telescópico, que sonó como afogonado cuando apreté el gatillo dos coches después de que pasara el objetivo. Acerté en uno de los neumáticos del coche inocente, que destrozó una boca de incendios y provocó retenciones por dos horas. Salimos corriendo.

Salimos corriendo y en el piso que ya no era tan franco quedaron nuestras huellas, nuestras balas y nuestro Russki Liod casi vacío, y todo era malo, malo, malo, cuando nos cerraron el paso por la escalera general, pero nos quedaba la de emergencia, y corrimos, y corrimos, y corrimos. Y cuando estabamos abajo, el pronóstico era malo; pero si te soy sincero, lo que nos valió los doce años más aparte de los veintiocho originales que ahora estamos pasando en Butyrka fue cuando él, con su mostacho y sus calzoncillos de follar, me sugirió que me despidiera de la Militsiya con una frase lapidaria.

Fue entonces, mientras les narraba mi frase mítica, cuando uno de los policías me tiró a la cabeza con la botella de Russki. Ahora sí que podemos decir que estamos de vuelta en la URSS. Y no nos espereis para cenar. Hay chicas de Georgia esperando a que caiga el Telón y nos concedan nuestro tercer grado.

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