Le dije "de acuerdo, pero déjame que te compre una rosa" y me respondió que no era lo habitual. "Ya, pero yo no soy habitual ni tú tampoco lo eres", mientras me vestía, mirando por la ventana.
- A veces pasa,- me dijo, e hice el silencio- que llegas y piensas que todo ha cambiado. Pero te equivocas, porque tdo sigue igual.
- ¿Entonces...?
- Quien ha cambiado eres tú, ¿no te habías dado cuenta?
No, no me había dado cuenta, cómo me iba a dar cuenta de nada si estaba en calzoncillos sentado encima de la cama, y ella estaba a punto de largarse.
- De acuerdo- claudiqué por segunda vez-, pero no puedes irte así como así. Me niego. Porque nunca antes he tenido a nadie como tú por aquí, ¿sabes? Vale, quizá tengas razón - me derrumbaba poco a poco- y yo habré cambiado, pero esto no estaba así antes, eres tú la que lo ha cambiado de arriba abajo. El orden que necesitaba.
- Me idealizas. Sólo hice mi trabajo.
Cómo me jodía cuando se menospreciaba de esa forma. Nunca me consideré un tipo duro, no podía soltarlas como Bogart o agarrarlas como Tony Curtis, pero mis estúpidos modales de caballero me sobraban para saber que no era así, que no sólo hizo su trabajo, para mí (al menos para mí) era algo más.
- No fue sólo tu trabajo. otras llegaron, lo hicieron y se fueron, frías y malencaradas. Ni una palabra. No quisieron ni siquiera uno de mis cigarrillos. "Estoy de servicio", decían, como si dirigiesen el tráfico o persiguieran a delincuentes, y se iban. yo me quedaba igual de solo que antes, igual que me ves ahora. Así que puede que te moleste, pero voy a bajar y te voy a comprar una rosa.
Comprendo que visto desde fuera el gesto pareciera burdo, incluso desesperado. Pero, para mí, era sólo eso, un gesto, nada más. Ella lo hizo bien, y yo sé que no era ninguna de esas que espera una palmada en la espalda al acabar, de las que buscan un reconocimiento por [simplemente] hacer su vida.
La dejé en la habitación, riéndose de mí, y bajé a la calle que empezaba a despertar a las 10 de la mañana con esa luz que tiene esta ciudad de piedra amarilla y calles mojadas. Tras varios intentos, alguien me recomendó una floristería en la calle tal.
- Hola, buenos días. Quería una rosa roja, una sola.
La florista se sonrió, con esa cara maternal de quien ve a un adolescente enamorado por primera vez, y me dijo, casi con ternura:
- La quieres mucho, ¿verdad?
Ante lo cual puse mi peor cara de perros, pero no sin educación le respondí.
- No he llegado a conocerla del todo. Pero sólo sé que de las cuatro limpiadoras que me han hecho la habitación en lo que llevo de semana en esa mierda de hostal, es la única que aparte de enseñarle la mopa al suelo, al menos me ha vaciado el cenicero.
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