sábado, 5 de junio de 2010
Il Dottore y yo
Le debo mucho a mi hermano. Pero sobre todo dos cosas. La primera es que él me enseñó a conducir en nuestro ordenador. Era un Pentium 486 en el que jugaba al Indycar. Él pilotaba como los ángeles. Era un jodido diablo. Jugaba con cambio manual, algo que se escapaba a mi infantil mente de desarrollos secuenciales y automáticos. Cruzaba las manos sobre el teclado. Me enseñó a pilotar en Laguna Seca, Monterrey, en California. El circuito más completo y compacto del mundo. La mejor curva, el Sacacorchos. Muchos años después cuando necesito relajarme y sacar lo mejor, conecto la Play con el Gran Turismo 4 y piloto en Laguna Seca. Conozco cada bache. Conozco la vuelta rápida, los cambios de rasante, conozco mis fallos. Ahora quizá ya soy más rápido que mi hermano, pero él me enseñó.
La segunda cosa que me enseñó fue a Valentino Rossi, il Dottore, en Jerez. Me llevó a las carreras en su Renaul Clio granate, con rocanrol. Un viaje iniciático que ahora repetimos asiduamente, como cualquier tributo o culto. Como cualquier tradición, que nos saca de la monotonía y nos une. Mi hermano es un jodido fucker. Todo mundo me ve la cara de ingenuidad e ignorancia vital, y se empeñan en darme consejos que yo escucho, pero sólo acepto los de mi hermano David. Porque él me enseñó a pilotar, y me enseñó al Doctor.
En este fin de semana donde acabé los exámenes, a Valentino Rossi y a mí se nos ha ido el Mundial 2010 en cuestión de horas, en sendos baches. Duele. El trabajo de tanto tiempo, por los suelos, lleno de grava y con el carenado rayado. Duele. Il Dottore y yo ahora estamos fuera de juego. No existen los imposibles, pero el realismo de este circo rodante y sus normas no escritas dictan que este par de meses que sobrevendrán con nosotros fuera de las pistas enterrarán todas las opciones de la temporada.
Cuando luchas por el Campeonato lo más duro es dejarlo, tener que renunciar de golpe. No es lo mismo perder en la última curva de la última carrera escupiendo sangre que dejarlo en la tercera carrera, sintiendo todo lo que no has podido dar. Lamentando todo lo que tienes dentro y que te quema el pecho. Los saltos que reservabas para cuando pisaras el escalón más alto del podio. Todos los titulares dorados para ruedas de prensa con sonrisa amplia, la íntima felicidad del motorhome, el champán y los trofeos. Saludar con la rueda levantada a una grada rugiente puesta en pie tras otra exhibición. Lo mejor de ti mismo tras otra batalla. Porque una vez escuché que correr es como cualquier batalla. No muestres debilidad. No cojas prisiones. Y no mires atrás. Cuando has nacido para correr, como el Boss, lo más jodido es quedarte parado viéndolo desde fuera.
Lo malo de estos efímeros entorchados es cómo tu ausencia, por amplia que parezca, acaba siendo llenada por algún otro, que lucirá lo que tú un día has ostentado. Te quedan los recuerdos en la estantería, mientras ellos se llevan ahora los trofeos. Infames pollos que poblaban la parte trasera de la parrilla y que ahora se alimentan del vacío, que ahora ya no tienen miedo ni sombras que les cubran. Son victorias legítimas, pero deslucidas. Todos los años hay un campeón, pero no todos los años hay un gran campeón. Nicky Hayden le ganó de tú a tú al Doctor en 2006, por eso merece respeto. Pero Stoner, con una deslucida victoria en 2007, se hundió cuando Valentino le adelantó en 2008 en el Sacacorchos mordiendo la tierra.
Cuando vi a Valentino Rossi ganando el Mundial en el Sacacorchos de Laguna Seca, fue cuando comprendí de verdad la magnitud de todo lo que mi hermano me había enseñado. Entendí que él siempre había tenido la razón, que yo quizá podría ser más rápido pero nunca llegaría tan arriba.
Valentino y yo estamos fuera de combate. Pero si hay un motivo por el que todos los otros corren ahora un poco más, es porque saben que vamos a volver con las cicatrices de la operación cerradas y con un cuchillo entre los dientes.
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1 comentario:
Me ha gustado el nombre del blog. Y el artículo no está mal. Tienes una gran capacidad metafórica.
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