Ellos eran dos líneas que se alejaban y se acercaban irremediablemente, de una forma divertida de ver. Verdaderamente, sólo conocía a la mitad de ella, así que todo lo que llegué a saber era un cuarto de la historia. Pero me interesaba, como todo lo que no conozco.
Él tenía la cabeza enmarañada, por dentro y por fuera. Él se daba al caos, pero vivía dentro de un orden no establecido, no escrito. Le faltaban raíces, y le sobraban ramas, así que supongo que más de una y más de dos veces el viento casi le tira, pero era duro, disparaba al centro y no solía fallar.
Ella también se enmarañaba la cabeza, pero en otro orden, otro sentido, otro color. Miraba el mundo desde arriba, sin pretenderlo, no la juzgueis sin conocerla. Caminaba por ciudades que no son la suya de noche, pisaba en rojo y soñaba de Cádiz, nunca la vi fuera de hora sin una copa en la mano.
Él se las jugaba, aunque siempre pareció seguro sobre sus pies. Pero tenía ese hilo, esa cuerda floja, que nadie más veía, y le gustaba, claro que sí, le gustaba jugársela. Sobre todo con ella. Ella, tantos nombres, tantas caras, ella. Camiseta blanca, un ojo pintado, Kubrick, y luego se chutaba con Bowie.
Ella también se las jugaba, pero cada vez menos. Cada vez menos, y no porque no quisiera, porque luchó, lo vi, lo vimos todos, pero se iba callando. Entonces se sentaba y veía la vida en verde, pasar. Ella de vez en cuando lloraba, cuando los lunes iban mal y no se acababan, o eso cuentan, yo no la vi nunca.
Pero vine a aquí a hablar de ellos. Ellos, atados encima de las sábanas sin cuerdas, sin ropa, sin sábanas. Ellos, a los lados de un teléfono gastando los viernes por la noche en que no estaban juntos, pero tampoco se separaban. Cenaban, bebían, follaban. Tenían sus momentos. Ellos no eran descriptibles de modo geométrico, porque se alejaban entre senos y tangentes de modo que no repetían sus funciones periódicamente, sino que se encontraban casi por azar, si cabe el azar en este zulo de ciudad.
Él tenía un escudo para dormir, y a veces se le olvidaba puesto al despertarse, y paseaba las calles y las barras de bar sin más que esa sonrisa de delincuente juvenil, sin carnet y coches caros a más velocidad de la permitida. No es que estuviera fuera de la ley, no lo pretendía así, creo que simplemente vivía su vida.
Ella tenía muchos caminos y ningún nudo atado definitivamente, a veces se compadecía y otras era fuerte. Podía ser divertida mano a mano, bebía y vivía como la que más, y la que menos le importaba. Siempre tuvo algo de celos, de lo que fuera suyo, y de lo que quería que así fuera.
En el fondo, de toda esta historia que una vez escuché, lo que me queda claro es que había un "él" y una "ella", pero nunca llegué a saber bien si había un "ellos".
1 comentario:
no paro de leerla...y cada vez me gusta mas y me sorprende mas....me ENCANTA....
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