domingo, 15 de mayo de 2011

Demasiado tarde (I)

Las lágrimas eran de risa
el cansancio era de placer.
(Los Suaves)
I.

Algún día sabrás cómo llegué aquí. Sabrás la historia de cada herida, de cada cicatriz, de cómo aprendí a leer los hombros en braille. La línea del tiempo, de este tiempo lluvioso pero sublime. De cómo hemos cambiado a cada paso, a cada bache. De todo lo que he callado y lo que he gritado. La historia natural de cada error y el espejo del triunfo. El peso de cada decisión. La libreta que ya he escrito con lo que he aprendido y todos los libros que aún me quedan por memorizar, que se agolpan en la estantería aún envueltos. Esta es una historia que no sé si es triste, pero que al menos es cierta. Yo no sé cómo llegué aquí, pero estoy dispuesto a inventarme una buena historia si te quedas a escuchar. Las mentiras como sinónimo de cada silencio, las cartas sin respuesta de la asociación de vecinos, las hierbas que invadieron la finca y las flores que crecen cada año sin tener que regarlas. No ha habido ninguna casualidad. Los números y el azar no forman parte de este juego.

Todo empieza con un viaje de vuelta en tren de Lisboa. El padre de Lefrère había muerto y yo era el encargado de llevar los papeles en mi maleta. Si pudiera nombrarte cada sentimiento que me surgía al mirar por la ventana del vagón. Pero no quiero hacer eso. Quiero hablar de los papeles que nunca leí. Ferreira se quedó en el andén de Santa Apolonia, sabiendo que quizá no nos veríamos más. No movió un músculo. Yo tampoco. Habíamos cambiado nuestros regalos de Reyes, habíamos tomado café viendo el mar, había comprado pasteis de Belém para llevar de vuelta. ¿Volvería a ver a Ferreira? Quise pensar que sí, mientras cruzábamos los ríos y los puentes, los campos y los pueblos blancos con eucaliptos. Poco a poco se hacía de noche. Nunca leí los papeles, ¿para qué? Eran suyos, no era mi derecho. Seguro que había muchos nombres y mucho dinero. Pero ese no era mi trabajo.

Entonces vino la llamada. Y con la llamada la bola de acero en el estómago. El sudor más frío que jamás he sentido. Los pelos como escarpias, y todo lo que había sabido o creído saber hasta entonces, perdía sentido, todo se cayó al suelo. La misión cambiaba de rumbo, pero yo estaba encerrado en aquel tren durante unas cuantas horas más.

1 comentario:

mar_ti_tras dijo...

empiezas a sacarlo... :)