domingo, 1 de agosto de 2010

La vez que estuve en Murcia después de estar en Asturias

Tuve una novia de Murcia. De Molina de Segura. Nunca bajé a Murcia a verla, razón que encontró entre otras muchas para dejarme. Ella siempre tuvo razón, yo tenía que haber bajado a Murcia. En Zamora no sabemos lo que es el calor, sólo tenemos imágenes especulares de aire seco con temperatura superior y sin ese porcentaje de humedad. Hay un aire acondicionado imprescindible en cada casa, para jugar al ajedrez en la penumbra del salón. En Murcia hay quinquis. ¿Debería escribir kinkis en lugar de quinquis? Ellos nunca van a leerme, ni siquiera tienen conciencia de ellos mismos como tribu urbana que se pasea quemando gasolina en Seat León negros con alerones traseros amarillos y caracteres kanji que probablemente les vendieron unos chinos diciendo que significaba "Niko" pero que representan la unidad fraseológica "este coche lo conduce un subnormal con alta probabilidad de golpearte en la siguiente rotonda"; sabes, colega, los chinos lo vieron todo mucho antes.

Sin embargo en Murcia también hay huertas que al atardecer salen de novelas de Blasco Ibáñez, hay un extraño viento que satura el ambiente y la luz, la luz, ojalá pudiera haberme traído esa luz del valle que una vez no fue un criadero de especulación inmobiliaria, igual que una vez el Segura no fue una charca marrón con ratas y pollas de agua con la cabeza roja. Todo mundo se sabe la historia de la ardilla que cruzó la península saltando de árbol en árbol hasta que Renfe decidió que pondría líneas de larga distancia cuyo único defecto serían los urinarios tamaño zulo etarra. Auto-Res tiene wi-fi en sus autobuses, el tiempo nos está llevando hacia alguna clase de futuro pre-apocalíptico, por eso en Murcia hay centros comerciales de un tamaño proporcional al ego de la clase política, por eso hay 5 autovías diferentes, por eso no hay restos históricos en el casco antiguo, y también hay luces de colores que iluminan la catedral. Pero el cielo, ojalá hubiera podido traerme esa luz y no estas rajas en los pies de las calas de piedra en el Mediterráneo.

Hay un amigo en cada puerto, aunque sólo sean tres puertos y ninguno sea Ítaca ni esta Odisea acabe a flechazos, esta odisea es la de recuperar 21 veranos que nunca fueron a través de la Deep Spain en poco más de una semana y media, y al final volver, siempre está la tristeza del volver, siempre están todos los síndromes que caben en el DSM-IV. Detrás de cada viaje hay una historia, puede ser que esta vez estén todas atadas. Hubo una vez una ardilla que cruzó España de Norte a Sur saltando de árbol en árbol. Ahora hay minúsculos inodoros de la Renfe, pero siempre ha habido un camino, y un final, que siendo hoy, y siendo verano, diremos que es feliz.

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