martes, 24 de agosto de 2010

39º, kioscos cerrados.

Cómo será tu cara tras un verano, cómo bajará el río por tu ciudad, cómo hablarás el francés con desconocidos cuando vuelvas de tus viajes, de qué color tendrás el pelo, qué nombre tendrás trabajando de espía en Lisboa. He reunido en una libreta de medicamentos todas las dudas que me surgen bañandome en pelotas en piscinas ajenas más allá de la una de la madrugada. Hay un carnaval de agosto, pero no oculta la cuaresma que vendrá. Las autovías, según la teoría de los vasos comunicantes, van absorbiendo mareas humanas de la costa, y arenas de playa que nos duelen entre las uñas se dejan caer por la acera de mi calle, por la que a las 8 de la mañana cuatro funcionarios hacen footing, pero también tengo arena en el pelo y me hacen daño las sábanas. Quiero conducir como los portugueses cuando sea mayor, quiero el descapotable rojo del que siempre te he hablado, quiero una recta americana al atardecer, quiero al Boss en el radiocassette, quiero tus piernas en el salpicadero, tus tetas poniéndose un poco más morenas. Eh, eh, eh. No muevas el retrovisor. Quiero saber cómo será tu cara tras un verano, cómo bajará el río por tu ciudad, cómo hablarás el francés con desconocidos.

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