viernes, 4 de julio de 2008

A la vejez, viruelas

Para mi padre, que siempre me inspira.
"Mi padre empezó a traficar con relojes falsos a los 52 años. A la vejez, viruelas, pensé yo. Pero el caso es que el hombre se divertía.

Todo empezó a raíz de un viaje a Italia con mi hermano. Me dijo que estaban en la plaza de San Pedro, descansando, y que se les acercó un negro de estos con su gabardina, y todo el tenderete. Mi hermano se compró un Montblanc negro, mi padre se compró un Breitling plateado con correa de cuero, y a mí me regaló otro Breitling, uno rojo, que aún conservo. Todos más falsos que la falsa moneda, por supuesto. Pero unas elegantes falsificaciones, casi indistinguibles. Y digo casi...

Total, que mi padre, más feliz que una perdiz. Chuleaba de lo lindo con su reloj que en el mercado hubiera valido del orden de 3 millones y medio de pesetas. Pero claro, mi padre no los tenía por aquel entonces. Al menos, no para gastárselos en un reloj. Una mañana, según me contó, estaba tomando el café en el bar de un amigo, que miró con curiosidad su reloj.

-"Bonito reloj".
- "Gracias, me lo regaló la mujer por el aniversario"- a veces mi padre miente de maravilla. Creo que de convivir tanto tiempo con mi madre.
- "¿Cuánto?"
- "3 kilos. Pero veo que tú también tienes un elegante Hublot."
- "Bah, poca cosa. Me lo regalaron los hijos cuando hice los 50"- en el país de los ciegos el tuerto es el rey.
Y entonces los dos desvelaron sus cartas, y se confesaron que ambos relojes eran falsos. Y mi padre le dijo lo de Italia, y el otro...el otro le contó la historia.

Su bar está en la zona alta, y resultó que lo frecuentaba un gitano. Aficionado al juego, el alcohol y las mujeres. Y con deudas, de modo que un día le pidió prestados 100 euros que el gitano, viéndose imposibilitado para devolver, le propuso un trato. Conociendo su afición por los relojes de lujo, él le traería cada semana un par de ellos, o tres, para que vendiera por un precio de unas veinte mil pelas. Algún pardillo caería. Y así el amigo de mi padre le daba al gitano el dinero que sacaba por los relojes, y se iba quedando con unos mil duros por reloj vendido, cobrando así la deuda.

Y aquí fue donde entra en juego mi padre. Porque mi padre, como trabaja en contacto directo con mucha gente al cabo del día, le propuso ser su agente. Y sacarse unas perrillas. Y mi padre, encantado, porque además la cosa le permitía cambiar de reloj cada mes, dejando anonadado al personal, yo mismo incluido, que a pesar de saber que eran relojes falsos, me preguntaba de dónde coño le venía la cosa de comprar tantos y coleccionarlos. Hasta que me lo confesó, como buen padre. A la vejez, viruelas, le dije.

El hombre se divertía bastante. Se sentía alguna clase de traficante, o ladrón de guante blanco, como Cary Grant, o yo que sé. Y cada semana me contaba una nueva historia sobre sus clientes. Que si al director del colegio de enfermería, al gerente del hospital, al encargado del concesionario de la Mercedes Benz. Gracioso, desde luego, porque teóricamente toda la gente que me nombraba podría haberse permitido un reloj como aquellos sin que fuese falso. Pero la vida es así, supongo, y nadie en su sano juicio se gasta más de cien mil pelas (que ya es un delito) por un reloj nuevo.

Y mi padre, como un señor. Cada aniversario le regalaba a mi madre un Patek Philippe, un IWC o un Vacheron Constantine. Marcas de las que yo en la vida había oído hablar. Pero ahora mi padre guardaba debajo del sofá revistas de relojes, con los meetings anuales de Berna y Ginebra, y demás barbaridades. Yo, que ya no vivía en casa, me preguntaba quién la montaría antes: mi madre o la policía.

Me equivoqué totalmente, puesto que fueron al unísono. Mi madre, en un arrebato de celos [ya que el bueno de mi padre pasaba 10 horas cada fin de semana buscando potenciales clientes], rebuscó, y se encontró el pastel. Y avisó a la policía. No sin antes pasar por su abogado a pedir los papeles del divorcio.

Mi padre ya lleva año y medio de los 3 que le cayeron por jugar con relojes falsos y negocios de pacotilla. Mi madre tiene un apartamento nuevo en Murcia, Polaris World para ser exactos. Pero a ambos les va bien. Mi madre dice toda ufana, que ha reencontrado el amor en Kevin, de 26 años menos. Y mi padre dice que ya ha hecho amigos en el trullo que le van a ayudar a seguir vendiendo cuando salga, a sus dulces 57 añitos.

A la vejez, viruelas"

1 comentario:

Der Wanderer dijo...

Me ha gustado esta entrada. Por un momento incluso me la creí, pero luego pensé que si tuvieras un padre en la cárcel me lo hubieras dicho. Creo. Este comentario tiene también una parte interesada, sin embargo. Héctor nos ha dejado tirados; se va con su amigo Oscar a otro piso. Y quería preguntarte si tu conoces a alguien que esté buscando piso. Ya sabes, tu conoces a todo el mundo.