miércoles, 27 de noviembre de 2019

Un instante


Escribo porque pienso que tú me lees,
Y eso es algo terrible.
(Ben Clark)

Diré que llovía un poco y que todas las calles estaban desiertas porque funciona como lugar común, pero, creedme o no, es cierto, sólo llueve un poco y todas las calles están desiertas y nada más que un coche rojo cruza las rotondas. He olvidado bien cómo se hacía, confío en los automatismos que nos regalan las conductas reiteradas, y que será igual que el cambio de marchas manual o montar en bicicleta. 

Lo sorprendente es que no es sorprendente, es que es sencillo, tangible, me atreveré a llamarlo inocente. El lavado de muchas tardes nunca alcanzará a hacerlo neutro, pero la fuerza del agua caída (paciente, constante, ajena a quienes moja) se ha llevado lo sucio, el barro y las piedras, arrastró los residuos y entonces nos miramos, o por lo menos te miro y te veo como te vi, te veo como nos vimos, te veo igual y te veo distinta porque han cambiado mis ojos y sus bolsas, han cambiado los tiempos y las previsiones apuntan a que todo ha de seguir igual: cambiando. 

Los adioses y las carreteras cortadas, los dos andenes de una estación de metro. Regiones desconocidas en el borde exterior de la galaxia. Distancias insalvables. Hay pequeños momentos de coleccionista, agujeros de gusano en los que desaparecen las dimensiones conocidas, y no hay ninguna forma descrita de remendar el fondo de una caja para guardarlos. Qué más da. El valor eterno de lo vivido. La expectativa feliz de lo que vendrá. Distancias insalvables que desaparecen un instante de una noche de lluvia ligera y nadie por las calles. 




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