martes, 16 de mayo de 2017

El Final

El final de cuatro años ha sobrevenido como el despegue del Saturno V: por etapas de carburación rápida y vistosa explosión en el cielo, para terminar en una pequeña y silenciosa cápsula, frágil y contrahecha, cuyo destino último es la Luna.  En las noches que preceden al final de estos cuatro años me retrotraigo a otros finales que ya he vivido, el último y ya no tan cercano en Salamanca. Tiempo de silencio, tiempo de despedidas que saben a hasta luegos que saben que no lo son tanto, sino más bien adioses que no se pronuncian para evitar que sean las lágrimas el lacre que los sella. Nadie miente a nadie, simplemente es más fácil dejar que la sonrisa petrifique el momento en los libros que leeremos con nostalgia en un futuro.

En el final de cuatro años hay gente que ya estaba al principio, hay gente que se ha ido, y hay quien ha llegado nuevo. Básicamente es una historia mil veces repetida, cada uno en su momento y su lugar. Yo en las guardias y los hospitales, otros en colegios y bancos. No puedo evitar más que sentirme afortunado por los premios constantes que me llevo, en forma de casualidades, en forma de viajes, en forma de agradecmientos, de respeto, de valoración del trabajo, del reflejo de lo que he querido sembrar en lo que crece en quienes llegan por detrás. Nos recordarán por la risa que dejamos en aquella hora funesta de la madrugada, por la tarta de queso que compartimos a media tarde, por los cafés que terminaron antes de lo que querríamos. Nos recordarán por las firmas ilegibles y los cortes mal ejecutados.

Para el final de cuatro años la preparación ha sido la misma que para el principio: ninguna. La mochila que estaba vacía ahora pesa mucho. En mi caso he elegido la cobarde opción de aparcarla, y comenzar de cero con otra nueva, aún por llenar, comprando unos nuevos zapatos para seguir un camino que ignoro completamente. La música sigue sonando, la orquesta se despide, y entre los fuegos artificiales que ocultan la reverencia final se cuelan a partes iguales la tristeza y la alegría, la esperanza y la desolación, el miedo y la curiosidad. Como en otros finales que ya hemos conocido, lo único que está garantizado es que nunca es fácil decir adiós a aquello que se alcanza a amar, y que es más difícil aún comenzar a amar aquello que se ignora. Y esta serpiente paradójica que se muerde su cola es, para gente como yo, el único combustible que garantiza el movimiento eterno.                          


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