Te estás acostumbrando a esta sociedad
de mierda. Cada día te acostumbras un poco más, y le entregas a
algún diablo ignoto parte de tu alma. Cada día nuevas imágenes de
vidas ajenas perfectas aparecen perfectamente encuadradas y
perfectamente filtradas con sus perfectos dueños sonriendo como si
fuesen protagonistas de un anuncio. Mientras tanto, tu vida está
pegada a la pantalla por el lado que nadie compra, por la cara
oscura. Te estás acostumbrando tanto a esta sociedad de mierda que
ya no te importa el radiador apagado, goteando despacio con su
rechinar de dientes metálico. No te importa el insistente ruido del
camión de bomberos bajo la ventana, retirando escombros de la
fachada de enfrente, derruida por la lluvia. De niño te habrías
colgado para ver cómo la escalera roja y plata se acercaba a la
pared, habrías creado una aventura del drama que supone picar
fragmentos de adobe. Hay una vida ahí fuera. La de los que siempre
sonríen. La de los que te dan una palmada en la espalda con el ánimo
de que tú sonrías porque, según te dicen, siempre hay un motivo
para sonreír. Aquella ex-compañera de clase que se ha puesto tetas.
La rebaja en el precio de la gasolina por el nuevo año. Han
internado en una residencia a la vecina que grita todas las noches.
¿Creen honestamente lo que dicen? ¿Se sienten enteros cuando acaban
la frase? ¿Nada cruje en su interior? Tal vez hay gente que por
dentro está hecha de una masa informe, una mezcla grumosa en la que
los cuchillos pueden penetrar y salir sin causar daño, porque el
agujero queda cubierto al instante por el reto de la masa. Quizá
construyen con esos grumos los perfectos dioramas que publican
periódicamente. Los modelan sin gran esfuerzo y los dejan secar al
sol de la costa gaditana, de la Toscana o del Caribe, según cuadre.
Pocas veces esa masa de perfección cuaja bajo la solana de la Mancha
o las tardes en Aliste. Para eso seleccionan locales exquisitos con
pintura rústica y motivos rurales, intimistas líneas rectas que te
fusionan con un concepto arquitectónico avanzado mientras disfrutas
de una nueva experiencia del sabor reunida bajo la otrora engañosa
apariencia de una copa de balón. Te estás acostumbrando a esta
sociedad de mierda, y lo sabes porque ya no te rebelas contra lo que
unos llaman experiencia del sabor y tú piensas que es echar un rato
en el bar. Te estás acostumbrando y lo sabes bien porque en
ocasiones tú mismo has buscado esa experiencia que sabes que para ti
no existe, ni ha existido, ni va a existir para la gente como tú,
que no sales en las fotos con cara de anuncio, que no combinas tu
camisa ni tu barba crece con ese espesor viril. No existe para esas
personas compuestas de un material rígido, semiflexible, frágil si
se torsiona y que, por supuesto, se rompe mostrando una gran
dificultad para conseguir la recomposición completa, que lleva años
en el caso de que se consiga.
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