Felices 28 sin marido ni hijos. Con un trabajo sin muchas garantías que seguramente no te hará rica. Felices 28 viviendo lejos del centro, lidiando con las rutinas del día a día en pareja. Hace mucho tiempo ya tuvimos un trozo de vida en el que los mayores temores eran el desamor y los suspensos; esa vida queda tan lejos que ya ha sido posible crear una nueva desde entonces, una vida en la que los fracasos duelen de verdad porque no hieren sólo al que se equivoca en el amor, en el trabajo, en la carretera, sino que involucran a los que nos rodean. Eso son los 28 a los que llegas hoy, un lugar en el que el egoísmo ya no tiene cabida y sólo podremos entendernos y aceptarnos si vivimos junto a los demás. Del otro lado de la mesa del trabajo, en un bar o en la cocina de casa. Quedará espacio para nosotros mismos, quedará una canción atada a recuerdos o una calle en cualquier ciudad, pero el futuro nos está pidiendo a gritos hacer del pasado un trampolín y no un sofá. Desde ese trampolín el miedo, apoyado en el hombro, susurra al oído: no saltes, y sin embargo el salto ya está hecho, el tirabuzón tal vez no sea estiloso, tal vez se rompan las olas y el agua escueza al cortar la superficie; tal vez nada sea lo esperado. Tal vez nuestros padres con 28 tenían marido e hijos, tenían un piso en propiedad cerca del centro y tenían más seguridad ante la vida. Tal vez nosotros, ni con 28 ni con 20, nunca hemos sido nuestros padres, ni lo seremos ya. Tal vez estos 28 serán felices, o tal vez no, pero sin duda te pertenecerán todos los éxitos y fracasos que haya en ellos como nunca antes lo hicieron.
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