martes, 18 de febrero de 2014
No cambiaremos el mundo
Duérmete, déjame que te hable del mundo mientras tienes los ojos cerrados y tu respiración se va sumergiendo más y más en el lago helado del sueño con cada descenso de tu breve pecho. Duérmete y deja que te regale los oídos pero nunca los pendientes. Te hablaré del Yo que existía antes de Ti, te hablaré de que en realidad sólo soy el mismo dando vueltas y más vueltas, desenredando las palabras en las que antes se tropezaron mis pies. Hubo palabras para otras, cómo negarlo. Cómo engañarte si aunque estás ahí, inofensiva, despertarás y me declararás una guerra nuclear cada vez que mire una espalda ajena, y me lo mereceré, porque querré toda tu devastación para mi sofá, ojalá destroces mi vida de tal manera que sólo podamos rehacerla juntos. El mundo está ahí fuera y ya no nos está esperando, el mundo piensa que nuestro tren se escapó hace tiempo y las estaciones pasan con nieve entre ellas, pasan las estaciones a trescientos por hora y los días pasan como gotas que se escapan de la cafetera por entre las rendijas: apretados, hirvientes, solitarios, descendentes. Duérmete, déjame que te hable del mundo que existe y nosotros dentro de él, donde nadie nos toma en serio. Te contaré, te lo contaré porque estás dormida y así no me prohíbes hablar de que siempre tuviste razón la mañana aquella que me dijiste muy seria: no cambiarás el mundo. Yo me frustré y te di razones y zarandeé en mi cabeza hasta hoy, hoy que ya sé que no era posible darte ninguna razón, porque ya la tenías toda. No cambiaré el mundo, ni siquiera me cambiaré a mí, de eso ya te encargas tú, de hacerme mejor porque existes conmigo. No cambiaré el mundo, no salvaré a la humanidad de una amenaza ni tampoco seré capaz de que nadie salga curado de la consulta. Pero ganaré mis batallas. Te llevaré a la cama. Me ducharé menos de lo que quieres y seguiré siendo un caprichoso insoportable al que tengas que poner los pies en el suelo una y otra vez. Te haré creer que mi música es la mejor y cada invierno te grabaré discos para que me los pidas en el verano. Pienso mentirte diciendote la verdad una y mil veces. No cambiaré el mundo, te lo prometo, me esforzaré por fracasar repetidamente sin cansarme, y fracaso tras fracaso te traeré a casa para que seamos los pequeños reyes de un territorio inexistente, de un litro de aire descomprimido entre cuatro paredes blancas con ventanas que den a la calle donde estará el mundo que no voy a cambiar, quizá de eso te encargues tú; yo me encargaré de que nada cambie, de que todo permanezca donde está ahora, y que cuando vuelvas todo sea absolutamente distinto para sorprenderte y que me digas a la cara, riéndote: no has cambiado el mundo, ni siquiera has cambiado tú. Y yo te diré lo que he descubierto, y es que el mundo cambia solo, no nos necesita para cambiar, sólo nos necesita para mejorar. Mejorar al mundo mientras seguimos sonriendo, ser felices a contraluz, que nadie sepa de nosotros, que nadie crea que nos necesita, pero nos basta, eso nos basta, porque los dos sabemos que sin nosotros el mundo sería peor. Por eso vamos a seguir toda nuestra vida sin rendirnos, porque nadie lo sabe. Y tenemos que seguir así para que nadie lo sepa, como tú, que ya estás dormida. Solo que tú sí lo sabes, y cuando despiertes lo seguirás sabiendo; a esas horas seré yo el que duerma y tú te habrás ido a pelearte con el mundo que yo no voy a cambiar, pero nosotros sí.
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