domingo, 14 de octubre de 2012

El emocionante asunto del suicida aeroespacial

A Felix, aunque no te conozca.

[...] Pongamos por caso este hombre, que, culminadas todas sus metas en la porción terrenal donde podía poner sus pies, de pronto, una mañana, decide que hay una nube que le está llamando. Este hombre que podríamos ser usted o yo, o ninguno de los dos, decide que tiene que subir por encima de aquella nube y que ese emocionante asunto es lo único que en adelante le merecerá la pena. Se embarca en amargas tardes llenas de crucigramas al vapor donde todas las palabras que se le cruzan tienen un significado oculto que le remite a mirar al cielo. Si come sopa, ve reflejado el espacio exterior entre las constelaciones de fideos. Si bebe vino, cuando cierra los ojos, acunado por el burdeos, navega en caída libre sobre la almohada, sin mover más que su estómago.

Este hombre, como decía, que podríamos ser usted o yo, ya no suspira más que por dar el gran salto. Aburre a sus incrédulos familiares y amigos, que ya hartos de escucharle dan su caso por perdido, y continúan con sus apacibles existencias, ante lo que el suicida aeroespacial decide hacer uso de la más absurda introversión y llevar a cabo todos los preparativos en silencio. Así callado piensa, medita, planea, se prepara para la subida y la bajada, pues nada más que el silencio tendrá entre botellas de oxígeno y cables de la luz.

¿Qué se llevará consigo? Nada pesado, decide. Empieza a desterrar por lo tanto todas las chinas que ha llevado siempre en los zapatos para acordarse de que los pasos, para ser útiles, tienen que doler un poco. Se quita la camiseta y se arranca despacio, con las uñas, todos los reproches, insultos y arrepentimientos que cargaba en los hombros. Quizá si pierde un poco de sangre ascenderá más deprisa y la caída será más leve. Vacía el dinero de su cartera entre los pobres de su calle, tira las fotos de carnet que llevó siempre consigo y deja en herencia a sus sobrinos los perros que le custodiaban el jardín.

El suicida aeroespacial, pese a la discreción meridiana con la que lleva a cabo todos sus preparativos, ha despertado recelos e interés a partes iguales en su vecindad. Al final se traducen simplemente en comentarios insidiosos que se hacen a media voz pero con la suficiente intensidad para que lleguen a sus oídos. Todo no hace más que reafirmarle en su intención de subir y bajar. Confecciona una cápsula con dos bañeras de poliéster y un poco de papel de celofán que le permita contemplar el globo terráqueo durante el tranquilo ascenso, para el cual ha comprado cuatro bombonas de butano pese a lo cara que está la vida.

Los conocidos y desconocidos que están al tanto de su misión lo juzgan. Es un suicida. Tiene demasiado tiempo libre. Sólo piensa en él. Lo que hace no es útil. ¿Qué va a aprender de esto? Nadie se acercó a este hombre para darle una mínima palmada en el hombro. Nadie valoró su constante ímpetu de fracaso, su valiente ánimo hacia la caída más absoluta y estrepitosa. Nadie le preguntó dónde pensaba aterrizar, si en el mar o en el desierto. Nadie entendió nunca que detrás de una bañera y muchos kilómetros de altitud sólo estaba escondida la pequeña revelación de que, culminadas todas sus metas terrenales, no podía quedarse de brazos cruzados y tenía que llegar un poco más alto, un poco más lejos. Aunque aquello supusiera renunciar a todo lo demás. A una tranquila vida de crucigramas, sopa de fideos y vino de Burdeos. Monedas en el bolsillo, cordones atados correctamente.

Pongamos por caso este hombre considerado por todos un loco y un suicida que, una vez asciende, y se halla a varios miles de metros de altitud, abre la rendija de su pequeño adminículo aeroespacial y ve la Tierra desde arriba. Una vez que se ha concedido cinco respiraciones, saluda al infinito, consciente de que nadie lo ve. Y entonces, se deja caer, sin saber del todo bien cómo va a funcionar su ridículo plan, sin saber si habrá una cámara para recoger sus declaraciones al pisar Tierra o una corona de flores de la cofradía de su barrio. Sólo sabe que ha saltado por encima de la nube que le llamó, y que la próxima vez tendrá que hacerlo más alto. [...]


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