A la memoria de R.
Sit tibi terra levis.
Siete meses pueden ser muchos o muy pocos. ¿Cómo saberlo? Todo mundo debería vivir un entierro en Videmala, conocer el mismo escalofrío en la espina dorsal que se te clava como alambre sea agosto o enero, y sin embargo nadie debería tener que escuchar las palabras de consuelo al oído ni saber lo saladas que son las lágrimas y los abrazos, los golpes en la espalda. El atardecer de fuego, el silencio entre las piedras del pueblo que se muere despacio, por arriba y por abajo, las nubes de plomo y el cielo que no escucha. Desde casa se ve el cementerio. A veces me he acercado allí, nunca de noche. Carne de mi carne, tierra de mi tierra. Las cenizas se van a las cenizas, cómo no sentir que lates allí debajo, que cada cerezo en flor lleva un poco de nosotros. Los pasos resuenan en invierno entre las calles estrechas, no están todas las canciones que hemos cantado porque nuestras voces respetan la quietud del aire que se ha parado, no están las palabras que escribimos en las paredes porque nuestras letras respetan el dolor que no es de uno solo, sino de todos. Y todos bebemos en la misma fuente, entre los bancos de madera de la iglesia, de pie, sin mover los labios diciendolo todo, rozamos los hombros como si fueramos uno solo, cada vez menos, cada vez más débiles. Escuchamos los estertores con los oídos tapados, nos miramos a la cara intuyendo la verdad. Sabemos que han de venir mejores días y noches, que fumaremos un Cohiba mirando las estrellas en la Era, que vamos a reír y beber por lo breve que es el tiempo, brindando por las arrugas que cultivamos, igual que nuestros abuelos araron los campos que ahora son de las jaras y las piedras con musgo que miran al norte. Pero hoy no es ese día, nos revolvemos y hablamos de nada, porque cuando intuyes que no puedes decir palabras útiles, que no puedes entender aunque te lo expliquen, cuando intuyes que no sabes quién eres ni a dónde vas, ni qué extraña clase de justicia rige el mundo, sólo te queda callarte y ver cómo se cuela el sol entre las nubes y las colinas y lanza los últimos pedazos de luz dorada sobre las piedras de la iglesia que nos sobrevivirán y enterrarán a todos, porque el último entierro que vamos a vivir en Videmala será el nuestro, con el castigo de escuchar entre tanto cómo doblan por quien no deben, de pasear por el barro y los charcos sin niños, sin viejos y con los que quedan entre medias cada vez más gastados. Viendo una vez más en el pueblo oscurecer, sin tener nada claro, como siempre. Siete meses pueden ser muchos o muy pocos, pero es injusto. Las cenizas se van a lascenizas, y si hay un cielo o un infierno, nosotros sólo podremos seguir brindando en la duda. Mañana amanecerá, aunque llueva, aunque no deba.
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