jueves, 20 de enero de 2011

Cosas que me traje de Lisboa


Si te lo contara, tendría que asesinarte. Y no quiero asesinarte, no todavía, este tren es demasiado rápido y la gente lo oiría. Este arte requiere un poco más de tranquilidad, un banco junto al Tajo donde seamos dos desconocidos, aunque yo te conozca y te vaya a matar para robarte el certificado de defunción que llevas en la maleta. Pero seamos sólo dos desconocidos. Lo sé todo sobre ti, sé de esa mujer que te espera embarazada al otro lado de la frontera, y cómo lloraría si supiera que te vas a bajar en un apeadero del centro del país, en un pueblo sin nombre, para ser una persona sin nombre que vive una vida sin nombre. No. No. No, tranquilo, no te muevas, tienes todo el tiempo del mundo. ¿Conoces la lluvia? He caminado bajo la lluvia, he bebido bajo la lluvia. ¿Conoces la multitud? Me he abrazado con extraños, he gritado y celebrado con extraños, me han robado extraños y he robado a extraños. He escrito sonetos en el metro. ¿Conoces el metro? Llega hasta el mar. ¿Conoces el mar? Ven, ven, sentémonos aquí, quiero que recuerdes este atardecer de enero. Me han dicho que lo recuerdes, que tienes que recordarlo. Y luego yo tengo que hacerte dejar atrás tu vida con una llamada. Si te lo contara todo, tendría que asesinarte, y te lo estoy contando todo, la verdad. Por eso voy a tener que acabar con todo. ¿Has visto todo lo que dejás atrás? Este café torrefacto portugués que cabe en un dedal, este pastel de Belém. Huele a canela y azúcar glase. ¿Lo hueles? Eso es parte de lo que dejas atrás. Y luego amanecers brillantes y otros lluviosos que seguirán saliendo para joderte aunque no estés, y aunque yo tampoco esté. Vinilos de Pink Floyd encontrados en tiendas de segunda mano. Tu adolescencia en esa maleta que voy a cargar yo cuando me baje del tren en Hendaye. Un niño jugando a adulto, como tantos otros. Verás, mi padre siempre que me hablaba de Lisboa me contaba historias de espías de la Segunda Guerra Mundial, del puerto donde ahora sólo hay brasileñas de fiesta y copas malas. De Sagres y Superbock. De contrabando y misterio. ¿Ves? Me lo terminé creyendo y tú ahora tienes que pagar por un solo error que cometiste. Ni siquiera me pagan por nombrarte tu error, sólo ocurre que soy un nostálgico del asesinato en primer grado, de Agatha Christie y Conan Doyle, y quiero que tu cerebro trabaje, que pienses en toda tu red de contactos, todos tus pasos del último mes, todas las llamadas y los mensajes en clave, todos los lugares donde has estado y todos los deslices que me han hecho encontrarte por fin esta tarde. Tienes dos minutos para ir a cagar y rezar un padre nuestro antes de que nos subamos al tren. Sé que no fumas, sé que bebes. Lo sé todo sobre ti y aún así somos dos desconocidos, y después de que te haya borrado, volveremos a serlo, aunque por un momento, quizá en el último momento, nos reconozcamos, me reconozcas, enlaces cada uno de los cabos sueltos, pienses en la novela que podrías escribir si yo te dejara escribir esta historia, y después en silencio quierrás que un solo error no te hubiera condenado, pero lo ha hecho. Termina ese café, regresamos.

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