viernes, 10 de septiembre de 2010

No hay Quinto malo

Baby this town rips the bones from your back
(Bruce Springsteen)


I. Todas las carteras que he perdido me están esperando en alguna parte del mundo. Lo sé, lo sé de sobra. Nadie me lo ha dicho ni está escrito en las denuncias que puse cuando se marcharon, pero yo sé que volveremos a encontrarnos de nuevo. Lo sé sin saberlo, de la misma forma que ya no sé su forma ni tamaño ni textura ni relleno exactos, pero si cierro los ojos todavía puedo meter la mano en el bolsillo y palparlas con una claridad meridiana, desabrochar el corchete y pagar el parking o el periódico, con la diferencia de que ya no están, de que el kioskero o el guardia de seguridad me mirarán como a un gilipollas. En ocasiones, tras la amputación de un miembro, el paciente refiere seguirlo notando, y lo que es más, refiere sentir dolor en dicho miembro. Es así como yo siento mis carteras extraviadas, las siento en papeleras o en manos y bolsillos ajenos. Noto cuando se caen al suelo, cuando se manchan al quedarse sobre una barra pegajosa, cuando tienen dinero y cuando están vacías. Todas las carteras que perdí esperan en algún lugar a que volvamos a encontrarnos por la mañana, porque todas se extraviaron de noche. Quizá ahora estén en ciudades diferentes, ya no tendrán las fotos de carnet con las que las rellenaba, ni los euros, ni los trozos de papel que guardaba dentro. Las carteras que he perdido me esperan en algún sitio, volveremos a encontrarnos.

II. Cuando era pequeño, tenía cierta obsesión por las fronteras. Me las imaginaba como enormes líneas pintadas en el suelo, como fracturas terrestres absolutamente reseñables. Un día mi padre me llevó a la frontera con Portugal en Alcañices. Allí no había nada, ni piedras que marcasen la separación, ni reflectantes en el terreno. Descubrí con sorpresa que las fronteras no existen. Luego, mucho tiempo después, sigo pensando lo mismo, que no existen las fronteras, pero sin embargo, cada día me parecen más grandes las distancias. Me parece enorme el abismo entre el cuerpo presente, entre Tenerife y Lisboa, entre un piso, y un hogar, que es aquel sitio en el que realmente quieres estar.

III. Las batallas ganadas, cada bala más amarga, más cansada, más malvada. Las caras largas callan. Faldas caladas, atadas a astas, para marcar casas blancas. ¿Bastarán ya las palabras?

IV. Mi abuelo era taurino. Dicen que no hay quinto malo, ahora sólo queda salir ahí, y demostrarlo.

No hay comentarios: