11. Velatorio
Hay personas
que están hechas de otro material. Los reconocerás fácil, son los que lloran en
los velatorios de su abuelo por el amor que perdieron más que por la felicidad
que le aportan los recuerdos del ser querido que acaba de pasar a mejor vida.
22. Peso da Régua, sábado noche.
Los
faros del coche al cruzar la rotonda iluminan la lluvia en diagonal. El otoño
ha teñido el valle del Duero de marrones, rojos y verdes, pero la cara de los
peatones sigue pintada de gris. Freno poco antes de atropellar a uno de ellos
en un paso de peatones que un reguero de agua ha borrado. Dentro de su cara
gris brillan unos ojos de ira que recuerda la brasa del fuego casi consumido,
apenas caliente, adormecedora, letal. Quizá miraron así a Mariza antes de acabar
con ella. O tal vez fue Mariza la que, antes de entregarse, miró con esos ojos
encendidos y ese rostro gris.
3
33. Autovía IP4
Una
furgoneta blanca con una franja verde que cruza desde el capó al portón trasero
circula por el carril izquierdo varios kilómetros por hora por encima del
límite permitido. Policia Judiciaria.
Los muertos esperan para siempre, los vivos están corroídos por la sed de
justicia, que más bien suele serlo de venganza. La venganza no se admite en
esta sociedad civilizada, sin embargo la justicia enmascara los mismos
sentimientos bajo una permisible máscara que no avergüenza a sus partidarios ni
a sus ejecutores.
44. Mariza
En
Aveiro los flamencos se sostienen ingrávidos sobre las salinas cercanas a la
ciudad, queriéndose camuflar como juncos. Mariza flota boca abajo en el barro.
La escena no tiene más música que el
viento del Atlántico y los coches de la cercana autopista. Quién, cuándo, cómo,
dónde y por qué. El dónde está bien atrezzado. Faltan las cámaras que llegarán
en varias horas, los arcos voltaicos y las cintas de colores. Sobran preguntas
que nadie se hace porque sólo tú y yo lo estamos viendo.
55. Piolho D’Ouro
Las mejores promociones de Medicina dejaron versos
de sus hazañas universitarias grabadas en mármol sobre las paredes del café. Las mesas corridas
de madera oscura están rebosantes de estudiantes con capas negras sobre sus
trajes y corbatas. No cabe un alma más, es viernes por la noche, la gente se
frota las manos al entrar, el vino tinto encarna las mejillas y enciende las
sonrisas. Alguien ha sacado una guitarra al fondo y empieza a sonar una
canción, secundada por varias voces y muchas palmas. Las placas reflejan la
juventud pero no la atrapan, sólo dejan constancia en letras doradas. Para
atrapar la juventud hay que pedirle que deje la guitarra en el suelo, asirle la
cintura y besarla profundo y suave. Así , a la mañana siguiente, en ocasiones
quedan restos de perfume en la memoria y años después se magnifican. Cuando se
vuelve al café y las mesas marrones están vacías, oscuras y brillantes quedan
el beso y su perfume
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