martes, 3 de abril de 2012

La ciudad del alma

Zamora.
Todos llevamos dentro una ciudad
que nos alienta y nos acusa;
La ciudad del alma
(Claudio Rodríguez)

A veces me palpita la ciudad como queriendo salirse de mi pecho. La ciudad me hace tanto ruido que algunas noches no consigo dormirme y pienso en piedras y árboles que se dan la mano. En otras ocasiones la ciudad es sangre que me sube a la cabeza y soy absolutamente incapaz de concentrarme en nada más. La ciudad son los pelos del antebrazo erizados del frío y todo el sudor del verano. Llevar la ciudad dentro exige dominio de las situaciones, pero cuando no estoyse traduce en nostalgia y descontrol. Es por eso que siempre, aunque llegue a evitarlo de forma consciente, acabo volviendo. La ciudad que vive en mí tiene, a su vez, una vida propia y contra eso sí que no puedo luchar.

 El mundo se hace pequeño más allá de los límites de Zamora. Me he paseado por los miradores periféricos buscando al atardecer una panorámica de cualquier otra parte para poner en mi casa y nunca me sale la foto tan bonita como para compararse al recuerdo idolatrado.

 De una u otra forma las calles me han visto igual que yo a ellas. Hemos cambiado y al tiempo somos los mismos. Querríamos partir de cero pero nos hemos atado, tenemos la vida que hemos merecido, pero no siempre la que nos gustaría. Y a pesar de todo aquí estamos, un año más, en la acera. Como hemos hecho desde que el mundo tiene sentido, porque los libros dicen que tiene sentido. Como hemos hecho desde que llueve, como hemos hecho desde que estas piedras se apoyan una sobre la otra, como hemos hecho desde que la primera luna llena de primavera nos reúne alrededor de las velas y bajo las estameñas, porque hiela. 

Nos unen, por lo tanto, la ciudad y la tradición. Nos une todo aquello que nunca sabremos cómo expresar. Porque lo vivimos, lo vivimos incluso si es a base de tópicos, de sonidos, olores e imágenes que repetimos mil veces a lo largo del año, y con ellos intentamos engañarnos, engañar a nuestros sentidos, pero al final nunca lo conseguimos. La ciudad que nos palpita dentro necesita de este tiempo, necesita de esta semana tanto como nosotros, porque en realidad la ciudad somos nosotros, y nosotros somos la ciudad, extraña simbiosis que nos esclaviza a ambos.

Nos esclaviza a un pasado del que no podemos renegar, porque es la base raíz de lo que vivimos. Los huesos de los que fueron debajo de las losas que pisamos. Nos esclaviza a un futuro porque no hay demasiados caminos entre los que elegir y siempre está ese constante recelo al cambio escrito a fuego en nuestra genética zamorana. Nos esclaviza a un presente de horas bajas y cielos de tormenta en el que estamos sin paraguas.

 Y, sin embargo, somos libres. Somos libres hasta el punto de tener miedo de la libertad. Somos libres como zamoranos porque en nuestra Semana Santa se encuentran todos los detalles que hemos escogido para reconfortarnos el alma, sin que nadie nos obligara, porque lo hemos vivido, bebido, oído y aprendido. Cuándo nos daremos cuenta en realidad de que no estamos atados. De que se puede seguir adelante, a un futuro que nos espera ansioso, sin tener que darle la espalda al pasado que nos ha dado todo lo que tenemos. De que se puede cambiar si se respeta la esencia. Cuándo nos daremos cuenta de que, en una ciudad que nos necesita tanto como nosotros a ella, el miedo a la libertad y al cambio es el que nos obstaculiza el presente.

 A veces la ciudad me palpita dentro del pecho, me palpita con un poco de rabia, y ya no sé si soy yo, o es ella, o somos ambos. A veces estoy lejos y me siento cerca, y, a sabiendas de que algún día pasará, nunca querría sentir un Viernes Santo lejos de Zamora. O que es Zamora, quiero creer, la que no querría que yo faltase un Viernes Santo. A veces la ciudad me palpita dentro del pecho, y es rabia, pero también es de alegría, alegría que no nos falta, el impulso necesario que, sin saberlo, ya tenemos dentro y que sólo nos exige ser un poco más valientes de lo que ya somos. Que Zamora y su Semana Santa no es sin nosotros, pero nosotros no somos nada sin ellas.

(Publicado en la Revista Barandales 2012)

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