jueves, 14 de enero de 2021

La empuñadura

 Sujeté la pala por la empuñadura. Nunca había pensado que podría usarla para esto. Después de los tres primeros empellones recordé que hacía años que no trabajaba la musculatura lumbar, y alterné el brazo cada diez paladas. Descargué en el hielo un dolor informe, una bruma gris llegada por sorpresa, un escalofrío en lo más hondo. El peso perceptible de los restos abandonados a lo largo del camino recorrido hasta aquella planicie. Sísifo empuja la piedra hasta las cercanías del borde y la piedra rueda una vez más. La siguiente tanda de paladas con el brazo izquierdo se la dediqué a Sísifo. No era el momento de pensar sobre la justicia de lo sucedido, era momento de pensar en el periodo de gracia que me había sido concecido. ¿Aproveché aquel tiempo?, pensaba al abrir otros metros de camino. Lo hice en parte. Por lo que he leído, el mejor predictor de conducta futura es la conducta pasada. Llevaba tanto tiempo sin sufrir heridas que fue doloroso pensar en las que causé. Las lumbares murmuraron sin emitir un solo ruido; estaban de acuerdo. Son bellos los distintos tipos de dolor. El neuropático con sus ondas relampagueantes, cuchillas o aguijones. El somático más sordo y profundo, acompañado de un complejo vegetativo de inquietud, sudoración, malestar ilocalizable. 

El círculo parecía cerrarse con aquella gran nevada. La nieve virgen de la superficie circundante ofrecía una visión pacífica, un terreno llano e inmaculado que cubre las rocas afiladas, las cunetas y otras trampas como troncos quebrados o madrigueras de roedores. También se ocultan los cadáveres, me dije al recorrer los últimos metros hasta la camioneta propulsada por hidrógeno. Deposité la pala en el compartimento de carga. Hay una gran belleza en el contraste entre la sangre y la nieve. La sangre derramada por intentar salvar una antigua amistad. La nieve salpicada de la nueva amistad: ya no está inmaculada, su blancura se ha roto de manera irremediable, y ahora su existencia seguirá el curso del resto de seres que abandonan la protección, sujeta al barro y al posible deshielo. Entre medias un único cadáver y una moraleja: si tienes una buena pala debes cavar más profundo.