El 2015 es historia. Feliz 2016
miércoles, 30 de diciembre de 2015
No vengas a traer paz
Vivir mil años con el latido inaudible de las tortugas. Dejar pasar las tardes sin saltar al vacío. Dormir pronto y despertar sin arrugas en la piel. No vengas a traer paz, necesito el pozo de nervios y torbellino en constante giro, siempre hacia adelante. Las noches para gastarlas en fuegos artificiales, las mañanas para arrastrarse por los pasillos, las tardes de siesta y sexo. Llegarán tiempos diferentes, donde ya no se acumule fuerza en las piernas y el único remedio sea detenerse. Llegarán noches en blanco escuchando otros llantos que no son de pelea. Llegarán tardes de juegos y lecturas de biblioteca. Pero no son ahora, no serán en 2016, al que le pido convulsiones, temor, alegría, ira, miedo y felicidad, le pido impaciencia y velocidad para vivir despacio. No vengas a traer paz, dame la guerra que aún puedo soportar porque llegará un día en el que nada más querré firmar treguas, le daré la espalda a las batallas, no lucharé contra todas mis voces, no me levantaré cuando me crea injusto o incoherente. Ven a gastarme ahora que todavía tengo fuego para arder, la noche está muy lejos y si algún día llega la oscuridad nuestra misión será la de haber brillado fuerte.
El 2015 es historia. Feliz 2016
El 2015 es historia. Feliz 2016
lunes, 14 de diciembre de 2015
Viajar de noche
Viajar de noche en la parte trasera de un coche. Separado de la contaminación lumínica del cuadro de mandos. Viendo los campos estrellados. Viajar de noche mirando la carretera que va quedando atrás, bajo el tenue resplandor rojizo de las luces de posición. Sentirse aparte del resto de pasajeros, sentirse parte de lo que sucede fuera, del silencio que se desarrolla como una obra de teatro. Volar el pensamiento mientras se suceden los kilómetros y las líneas discontínuas permiten adelantar, y los guardarraíles abrazan el miedo. Viajar de noche en la parte trasera de un coche, en ocasiones en el maletero de un todoterreno. Dando tumbos y viendo cómo la polvareda que se levanta tapa la luna. Plantar la mano en el cristal y sentir ese frío que nunca sucede de día. Palpar las situaciones que suceden alrededor, cómo se mastica la tensión cuando se viaja camino de un aviso urgente en un domicilio, cómo se enervan los ánimos si se acerca un pueblo en fiestas, cómo se electriza el pensamiento si se intuye un control de la benemérita. Viajar de noche en la parte trasera de un coche, sin anhelar el papel protagonista del conductor ni el rol de secundario que interpreta el copiloto, sino formar sólo parte del decorado, ser atrezzo y sobrevolar, como ajeno a la escena, la magia que la rodea. Diseccionar las partes de un todo, disfrutar desde dentro del pensamiento. De pronto, el viaje termina, la magia se acaba. Se para el motor y se desabrocha el cinturón. El suelo espera de nuevo y la noche cobra entidad propia: con el coche aparcado no queda sino bajar de las nubes y besarla en la boca.
miércoles, 25 de noviembre de 2015
Dance me to the end
Pasé dos semanas de verano en aquella casa, hace ya muchos veranos. Tantos que en aquel verano no sabía lo que eran tus ojos ni tus enfados, ni que las tormentas pueden ser tu risa y las inundaciones tus lágrimas. Ha sido duro volver en otoño al escenario preparado como en una película dramática, con el balón deshinchado entre las hierbas descuidadas, el cielo gris y el columpio abandonado y chirriante. Allí nació parte de lo que soy ahora, meando en los hormigueros sobre la tierra amarilla del patio de atrás, jugando a boinas verdes con territorio incógnito por reconquistar. Sin conocer un beso ni una caricia, y, sobre todo, sin necesitarlos. El atardecer de Noviembre reforzaba la escena de todas las promesas que aquel niño que ahora soy yo dejó plantadas. Las nubes cerradas y los escasos grados sobre cero me sobrecogieron mientras miraba las ventanas enrejadas, sin rastro de vida en su interior. Aplastado por el silencio, de vuelta al coche, me preguntaba por la necesidad de volver a los lugares que quedaron atrás y si, como el poeta afirma, no es mejor no mirar atrás. Allí quedaron oraciones y juegos infantiles, noches estrelladas y confesiones de Julio; sin embargo nada de todo aquello permanecía sobre esa tierra, sino dentro de mí, en un camino que me recorre de pies a cabeza y que no necesito mirar atrás para ver puesto que me acompaña.
Pasé dos semanas de verano en aquella casa, hace ya muchos veranos, y quise llamar o escribir a las personas con las que compartí aquel tiempo. Pero ya no las comparto. Nos cruzamos por esta pequeña ciudad y movemos la cabeza. Discutimos, peleamos. Nos separaron las personas y las ideas, nos separamos nosotros mismos y no el tiempo, al que con tanta soltura se acusa. Yo me equivoqué. y no quiero pensar que ellos pudieron equivocarse, porque eso ya lo pensé antes y sólo sirvió para alejarnos más. En aquel verano yo no sabía que la gente se equivocaba, se distanciaba, se perdía. En aquel verano se perdían las partidas, se distanciaban las horas de sueño, se equivocaban las palomas en los poemas. Las vidas que me he cruzado después me han enseñado que no son de nadie los errores, que son patrimonio universal. Aquella casa, ahora vacía, sin niños de campamento que la pueblen, no es más que el espejo de la vida. La vida que no espera. La vida que es plena en un momento, y se va, y no vuelve más, y cuando te giras a mirarla no está, y no volverá aunque pronuncies tres veces su nombre en la medianoche delante de un espejo. Por eso sólo puedes volver agradecido a los lugares de tu infancia, susurrar una bendición por tu nuevo día y, con frío en el cuerpo, volver a entrar en el coche y tomar la carretera hacia adelante, con una mano más cálida al lado, que te besa sin preguntar por el fantasma que llevas pegado a la ropa.
Pasé dos semanas de verano en aquella casa, hace ya muchos veranos, y quise llamar o escribir a las personas con las que compartí aquel tiempo. Pero ya no las comparto. Nos cruzamos por esta pequeña ciudad y movemos la cabeza. Discutimos, peleamos. Nos separaron las personas y las ideas, nos separamos nosotros mismos y no el tiempo, al que con tanta soltura se acusa. Yo me equivoqué. y no quiero pensar que ellos pudieron equivocarse, porque eso ya lo pensé antes y sólo sirvió para alejarnos más. En aquel verano yo no sabía que la gente se equivocaba, se distanciaba, se perdía. En aquel verano se perdían las partidas, se distanciaban las horas de sueño, se equivocaban las palomas en los poemas. Las vidas que me he cruzado después me han enseñado que no son de nadie los errores, que son patrimonio universal. Aquella casa, ahora vacía, sin niños de campamento que la pueblen, no es más que el espejo de la vida. La vida que no espera. La vida que es plena en un momento, y se va, y no vuelve más, y cuando te giras a mirarla no está, y no volverá aunque pronuncies tres veces su nombre en la medianoche delante de un espejo. Por eso sólo puedes volver agradecido a los lugares de tu infancia, susurrar una bendición por tu nuevo día y, con frío en el cuerpo, volver a entrar en el coche y tomar la carretera hacia adelante, con una mano más cálida al lado, que te besa sin preguntar por el fantasma que llevas pegado a la ropa.
jueves, 5 de noviembre de 2015
Portugal (I)
11. Velatorio
Hay personas
que están hechas de otro material. Los reconocerás fácil, son los que lloran en
los velatorios de su abuelo por el amor que perdieron más que por la felicidad
que le aportan los recuerdos del ser querido que acaba de pasar a mejor vida.
22. Peso da Régua, sábado noche.
Los
faros del coche al cruzar la rotonda iluminan la lluvia en diagonal. El otoño
ha teñido el valle del Duero de marrones, rojos y verdes, pero la cara de los
peatones sigue pintada de gris. Freno poco antes de atropellar a uno de ellos
en un paso de peatones que un reguero de agua ha borrado. Dentro de su cara
gris brillan unos ojos de ira que recuerda la brasa del fuego casi consumido,
apenas caliente, adormecedora, letal. Quizá miraron así a Mariza antes de acabar
con ella. O tal vez fue Mariza la que, antes de entregarse, miró con esos ojos
encendidos y ese rostro gris.
3
33. Autovía IP4
Una
furgoneta blanca con una franja verde que cruza desde el capó al portón trasero
circula por el carril izquierdo varios kilómetros por hora por encima del
límite permitido. Policia Judiciaria.
Los muertos esperan para siempre, los vivos están corroídos por la sed de
justicia, que más bien suele serlo de venganza. La venganza no se admite en
esta sociedad civilizada, sin embargo la justicia enmascara los mismos
sentimientos bajo una permisible máscara que no avergüenza a sus partidarios ni
a sus ejecutores.
44. Mariza
En
Aveiro los flamencos se sostienen ingrávidos sobre las salinas cercanas a la
ciudad, queriéndose camuflar como juncos. Mariza flota boca abajo en el barro.
La escena no tiene más música que el
viento del Atlántico y los coches de la cercana autopista. Quién, cuándo, cómo,
dónde y por qué. El dónde está bien atrezzado. Faltan las cámaras que llegarán
en varias horas, los arcos voltaicos y las cintas de colores. Sobran preguntas
que nadie se hace porque sólo tú y yo lo estamos viendo.
55. Piolho D’Ouro
Las mejores promociones de Medicina dejaron versos
de sus hazañas universitarias grabadas en mármol sobre las paredes del café. Las mesas corridas
de madera oscura están rebosantes de estudiantes con capas negras sobre sus
trajes y corbatas. No cabe un alma más, es viernes por la noche, la gente se
frota las manos al entrar, el vino tinto encarna las mejillas y enciende las
sonrisas. Alguien ha sacado una guitarra al fondo y empieza a sonar una
canción, secundada por varias voces y muchas palmas. Las placas reflejan la
juventud pero no la atrapan, sólo dejan constancia en letras doradas. Para
atrapar la juventud hay que pedirle que deje la guitarra en el suelo, asirle la
cintura y besarla profundo y suave. Así , a la mañana siguiente, en ocasiones
quedan restos de perfume en la memoria y años después se magnifican. Cuando se
vuelve al café y las mesas marrones están vacías, oscuras y brillantes quedan
el beso y su perfume
martes, 2 de junio de 2015
Medicina Interna (I)
16/5/15
A C. no le queda demasiado, y sabe que no me atrevo a rozarle más que la mano o el pie para no demostrarle lástima, porque su valor no merece lástima, sino respeto, admiración y morfina. Cómo serán las tres de la tarde en su casa vacía desde ahora, sonará la radio o la televisión, sonará la olla al fuego, sonarán los juegos infantiles como esos dibujos que convierten su habitación en la Capilla Sixtina. No entro en su vida porque mi camino es el de no mezclar su agua con mi aceite, mucho menos denso y llevadero. Son las sonrisas el intercambio de golpes como un combate blando sin sangre pero directo a las entrañas, y no es posible salir de ese cubículo sin dejar atrás parte de lo que eres para poder seguir adelante. Lo recuperarás riendo en la tarde, bebiendo una cerveza en las terrazas que han florecido al sol de la primavera, con las sombrillas apuntando al cielo, poblando las aceras cada vez más transitadas, aceras que no ocupa C. pero que hasta hace no demasiado ocupaba. Siguen los goles estratosféricos en los partidos de Copa de Europa, son las vueltas de la rueda, son las aves migratorias que recuperan un año más su lugar en el mundo, pero quiénes somos nosotros y por qué nuestros ciclos son tan raros, variables y distintos, mosquitos contra el paragolpes de un Mercedes blanco, nuestro rastro mundial se reduce a manchas de colores dibujando el arco iris a base de golpes, estallando en el último resquicio de lo que somos, fuimos, y seremos simplemente barridos en alguna estación de servicio.
2/6/15
C. murió un tiempo atrás. La despedida en incómodos plazos me trajo nubes negras sostenidas por manos demasiado jóvenes para deshacerse, atravesando la armadura verde de ir a trabajar, agarrandome el cuello hasta robarme un poco de aire, despiezando partes de mí que no sabía que existían. C. fue una encrucijada de caminos, un nudo de miradas encontradas y si yo escribo esto es pensando que si ojalá pudiera decirle con estas letras que existe porque le escribo, que existe porque donde no existía nada ahora hay vínculos, que nos cambió y ya por eso tiene sentido, o yo le quiero encontrar sentido y darle las gracias porque si no no me explico que exista el sufrimiento, que exista el final, que yo tenga derecho a sentirme agradecido por haber compartido su mal, su mierda y su color enfermizo, que el hueco que dejaste en las aceras ahora lo ocupa el verano. No lo sabe nadie, pero el verano está vacío, es aire caliente que se eleva y termina en relámpagos cegadores de milésimas de segundo, son y serán eternos los inviernos, y es por eso que se vive en verano y se recuerda en invierno, para que la memoria sea eterna. Cómo quisiera decirte que, de algún modo, vives en mí y en estas letras y eso no tiene sentido ni hoy, ni en verano, ni nunca, y sin embargo, es real.
A C. no le queda demasiado, y sabe que no me atrevo a rozarle más que la mano o el pie para no demostrarle lástima, porque su valor no merece lástima, sino respeto, admiración y morfina. Cómo serán las tres de la tarde en su casa vacía desde ahora, sonará la radio o la televisión, sonará la olla al fuego, sonarán los juegos infantiles como esos dibujos que convierten su habitación en la Capilla Sixtina. No entro en su vida porque mi camino es el de no mezclar su agua con mi aceite, mucho menos denso y llevadero. Son las sonrisas el intercambio de golpes como un combate blando sin sangre pero directo a las entrañas, y no es posible salir de ese cubículo sin dejar atrás parte de lo que eres para poder seguir adelante. Lo recuperarás riendo en la tarde, bebiendo una cerveza en las terrazas que han florecido al sol de la primavera, con las sombrillas apuntando al cielo, poblando las aceras cada vez más transitadas, aceras que no ocupa C. pero que hasta hace no demasiado ocupaba. Siguen los goles estratosféricos en los partidos de Copa de Europa, son las vueltas de la rueda, son las aves migratorias que recuperan un año más su lugar en el mundo, pero quiénes somos nosotros y por qué nuestros ciclos son tan raros, variables y distintos, mosquitos contra el paragolpes de un Mercedes blanco, nuestro rastro mundial se reduce a manchas de colores dibujando el arco iris a base de golpes, estallando en el último resquicio de lo que somos, fuimos, y seremos simplemente barridos en alguna estación de servicio.
2/6/15
C. murió un tiempo atrás. La despedida en incómodos plazos me trajo nubes negras sostenidas por manos demasiado jóvenes para deshacerse, atravesando la armadura verde de ir a trabajar, agarrandome el cuello hasta robarme un poco de aire, despiezando partes de mí que no sabía que existían. C. fue una encrucijada de caminos, un nudo de miradas encontradas y si yo escribo esto es pensando que si ojalá pudiera decirle con estas letras que existe porque le escribo, que existe porque donde no existía nada ahora hay vínculos, que nos cambió y ya por eso tiene sentido, o yo le quiero encontrar sentido y darle las gracias porque si no no me explico que exista el sufrimiento, que exista el final, que yo tenga derecho a sentirme agradecido por haber compartido su mal, su mierda y su color enfermizo, que el hueco que dejaste en las aceras ahora lo ocupa el verano. No lo sabe nadie, pero el verano está vacío, es aire caliente que se eleva y termina en relámpagos cegadores de milésimas de segundo, son y serán eternos los inviernos, y es por eso que se vive en verano y se recuerda en invierno, para que la memoria sea eterna. Cómo quisiera decirte que, de algún modo, vives en mí y en estas letras y eso no tiene sentido ni hoy, ni en verano, ni nunca, y sin embargo, es real.
miércoles, 8 de abril de 2015
Regli
Gracias, amigo, por ser el mejor compañero de viaje que he podido tener. Por darme miles de horas y kilómetros a tu lado, por haberme traído y llevado con seguridad, con celo y fidelidad. Por las carreteras, autovías, caminos y circuitos. Desde Florencia a Jerez, pasando por Videmala y por Mónaco. Ahora nuestros caminos se separan, pero continúan. Agradecimiento es todo lo que le tengo a tus tapicería de tela llena de migas y a tu guantera rajada, al lector de discos que se atasca, al trozo de madera en el salpicadero. A los sueros fisiológicos bajo el asiento, al aire acondicionado, a ese depósito eterno que me ha impulsado tantas veces. Te he conducido pero tú me has guiado y protegido sin pedir a cambio nada y, sin embargo, mi cariño es infinito por ser esa clase de objeto al que le crece un alma entre los tornillos y en el que se enraízan los recuerdos que ambos nos llevaremos. Gracias, amigo, por haberme traído más lejos de lo que jamás pensé llegar. Hemos recorrido el camino deteniéndonos en las piedras, las personas, los momentos. Hemos llenado el alma con cada paso que nos ha traído hasta aquí. Pero importante no es haber llegado hasta aquí, sino que hemos llegado juntos.
lunes, 26 de enero de 2015
El Pasado
El Pasado somos nosotros en la despedida de un amigo, congelada en el tiempo como el simulacro de un funeral pero con cervezas y riendonos. Como el simulacro de uno de nuestros funerales, que serán riendonos y con cervezas. Luego, en la soledad de la casa, vendrán las canciones tristes y el apabullante muro de los recuerdos, las lágrimas sobre la almohada o sobre el pecho de nuestras parejas. Vendrán, pero vendrán luego. Nadie nos robará que fuimos un momento congelado en el tiempo de una tarde de enero, tras vaciar un piso, sudando, sin sentir el frío proverbial, acariciados por el sol y por la fuerza de una juventud que aún nos desborda.
Tenemos la obligación de ser absolutos porque somos jóvenes. Seamos absolutos. Hoy no vale más que recrearse un segundo. "Se fue, ya no está; la vida sigue."Luego se ahuyenta la imagen con un giro del cuello, se espanta el fantasma que nos ronda, y sigue el camino por la acera, resistiendo el viento que recuerda que aún no hemos cruzado a la estación donde todo nace. Que estamos hibernando como semilla que, oculta en la tierra, todavía no germinó. Somos quizá estrellas fugaces que han iluminado momentos, que han desterrado la oscuridad de algunas noches. Somos los partidos de NBA y las Superbowl mientras la ciudad duerme. Los muertos vivientes de los miércoles de cine con las salas vacías.
Nadie reconocerá nuestras letras ni hemos firmado en las paredes de cada bloque del barrio. Nadie sabrá que hemos llegado a existir. "Sí, estuvieron. Vivieron aquí, sus caras eran familiares. Nunca supe nada de ellos." Los periódicos quedaron para otros con más ansia por la fama. Nuestro solo fue, y ya es, y ya no es, El Pasado. Nuestro futuro será en conjugaciones desconocidas. Lejos los verbos atrevidos y adjetivos hirientes con los que sorprendimos a propios y extraños en los bares donde nos emborrachamos hasta acelerar el pensamiento, catalizando tremendas incoherencias, olvidando los fallos que nos convierten en humanos. Algunos nos vieron en esos momentos. "Mirad, son felices. Son sus caras las que querríamos;son sus pocos años y sus muchos sueños, aún no quebrados por el peso infame de la experiencia acumulada, los que anhelamos, y sin embargo ellos los tienen (los perderán, nosotros ya los perdimos, solo eso nos consuela)."
Quedarán de nosotros las fotografías, malditas o salvadoras. Quedarán grabadas en un rincón de las emociones que se albergan en recónditos lóbulos de nuestro de por sí retorcido cerebro. Nos asaltarán de nuevo en inesperados momentos que han de venir, desarmados por el frío en un invierno cualquiera de todos los que llegarán a la ciudad. Estaremos ya lejos y seguramente olvidados de los demás, pero nunca olvidados de nosotros mismos. Nos abrazaremos a la imagen que, como un relámpago, nos atacará desde un punto oscuro de nuestro campo visual, y entonces, entonces y no ahora, será difícil ahuyentarla con un giro de la cabeza, con desidia. Porque entonces, entonces y no hoy, será oro. Será El Pasado, que nos pesa en los bolsillos y, por supuesto, será un lastre que nos impida avanzar con la facilidad que se les supone a los prohombres que han de regir el mundo. Será ese lastre, pero será nuestro tesoro. El tesoro de las noches que reinamos, de los días que perdimos de resaca, y de las tardes, como esta de la despedida, que nos convirtieron en amigos. A fin de cuentas, somos jóvenes, y es nuestra obligación la de ser absolutos.
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