domingo, 15 de julio de 2018

El amor romántico en los pueblos de Las Arribes


Vivir así es morir de amor
(Camilo Sesto)

El amor romántico viajaba en el convoy que venía de Irún, se bajó en la pequeña ciudad cargando con una urna de cenizas y luego sacó varios miles de euros del banco. Supongo que forma parte de los automatismos del amor romántico: necesita del vil metal para no quedarse en los huesos. ¿Con quién hizo el resto del trayecto hasta su pueblo? ¿Viajó en el coche de línea a través de la provincia? Las viejas historias, y las viejas con historias, siguen viajando en el coche de línea. Autobús sonaría actual. Este cuento tiene que sonar así, completamente desfasado, tiene que parecer irreal aunque haya pasado por mis manos.

Tiene que ser anacrónico porque desde hace varias generaciones se muere de otras muchas cuestiones que no son el amor. Se muere de hambre al llegar a casa desde el trabajo las 15:45. Se muere de ganas de acudir a cualquier mercado de tendencias alrededor del mundo, allí donde no llega el coche de línea sino Air France. Se muere de envidia con las fotos del último festival de verano. Se muere de pena al saber que Cristiano Ronaldo ya no marcará ningçun gol más con la camiseta del Real Madrid. Se muere de aburrimiento cuando no entran mensajes en la bandeja y la espera de las noticias irrelevantes se hace eterna. Esta cuestión puede incluso provocar morir del asco. Nos resbalan las palabras por la lengua, nos resbalan y su repetición cadenciosa las convierte en indiferentes a nuestros ojos y oídos. Tal vez ya no nos estimulan las imágenes de belleza si no cumplen proporciones áureas de bronceado y estilismo.

Las canciones han hablado tanto sobre morir de amor que jamás se plantean que suceda en realidad. Pero, en realidad, sucede. Mientras aquella mujer colocaba unas sencillas flores en la tumba donde iba a depositar las cenizas de su marido, sintió algo que describió como un dolor de muelas. Un facultativo desplazado esa mañana al cementerio del último pueblo de la provincia lo habría identificado como un dolor coronario irradiado a la mandíbula, solo que allí no había más que una pequeña representación de su familia para presenciar cómo se desplomaba entre dos tumbas y no se levantaba más.

Murió con el corazón roto, un pequeño orificio a través del que se escapó la sangre suficiente para que todo lo demás dejara de funcionar. De entre las muchas explicaciones que la ciencia puede darle a este hecho he preferido quedarme con la más literal. La de morir de amor. La de una emoción desmedida que provocó una grave descarga de catecolaminas, con elevación de la tensión arterial y el gasto cardíaco. Esto, sobre la base patológica de un corazón débil y con su pared dilatada, fue demasiado y cedió por el punto más débil conduciendo a la muerte. Murió con el corazón roto.

El amor romántico este viernes tenía forma de señora mayor. Tenía las uñas de pies y manos bien pintadas. Tenía las mechas recientes. Tenía la impresión de haber acudido a una cita para la que llevaba años esperando. El amor romántico este viernes no había planeado una cena con champagne, no había regado de rosas el colchón ni puesto velas por el pasillo.

La muerte a plena luz en nuestro tiempo ha alcanzado niveles de cotidianidad que la hacen indistinguible de una reforma constitucional con el pertinente cambio de gobierno o el relato psicótico de una agresión por parte de un torero. Los cementerios visitados durante el día pueden formar parte de un trabajo corriente. Sin embargo llega la noche y el territorio de la sonrisa es ocupado por el miedo atávico a lo que no entendemos ni conocemos. Ayer dejé el coche aparcado hasta la madrugada en el parking del tanatorio porque he conocido a una mujer que murió de amor. La he conocido cuando ya no pudo contarme qué sentía por alguien que ya no estaba ahí. La he conocido fría e irremediablemente pálida, con el corazón roto de manera literal. Entonces, de esa manera que sucede con la gente que merece la pena conocer, de nuestro encuentro sólo me he llevado preguntas pero ninguna respuesta.