Vivir así es morir de
amor
(Camilo
Sesto)
El amor
romántico viajaba en el convoy que venía de Irún, se bajó en la
pequeña ciudad cargando con una urna de cenizas y luego sacó varios
miles de euros del banco. Supongo que forma parte de los automatismos
del amor romántico: necesita del vil metal para no quedarse en los
huesos. ¿Con quién hizo el resto del trayecto hasta su pueblo?
¿Viajó en el coche de línea a través de la provincia? Las viejas
historias, y las viejas con historias, siguen viajando en el coche de
línea. Autobús sonaría actual. Este cuento tiene que sonar así,
completamente desfasado, tiene que parecer irreal aunque haya pasado
por mis manos.
Tiene
que ser anacrónico porque desde hace varias generaciones se muere de
otras muchas cuestiones que no son el amor. Se muere de hambre al
llegar a casa desde el trabajo las 15:45. Se muere de ganas de acudir
a cualquier mercado de tendencias alrededor del mundo, allí donde no
llega el coche de línea sino Air France. Se muere de envidia con las
fotos del último festival de verano. Se muere de pena al saber que
Cristiano Ronaldo ya no marcará ningçun gol más con la camiseta
del Real Madrid. Se muere de aburrimiento cuando no entran mensajes
en la bandeja y la espera de las noticias irrelevantes se hace
eterna. Esta cuestión puede incluso provocar morir del asco. Nos
resbalan las palabras por la lengua, nos resbalan y su repetición
cadenciosa las convierte en indiferentes a nuestros ojos y oídos.
Tal vez ya no nos estimulan las imágenes de belleza si no cumplen
proporciones áureas de bronceado y estilismo.
Las
canciones han hablado tanto sobre morir de amor que jamás se
plantean que suceda en realidad. Pero, en realidad, sucede. Mientras
aquella mujer colocaba unas sencillas flores en la tumba donde iba a
depositar las cenizas de su marido, sintió algo que describió como
un dolor de muelas. Un facultativo desplazado esa mañana al
cementerio del último pueblo de la provincia lo habría identificado
como un dolor coronario irradiado a la mandíbula, solo que allí no
había más que una pequeña representación de su familia para
presenciar cómo se desplomaba entre dos tumbas y no se levantaba
más.
Murió
con el corazón roto, un pequeño orificio a través del que se
escapó la sangre suficiente para que todo lo demás dejara de
funcionar. De entre las muchas explicaciones que la ciencia puede
darle a este hecho he preferido quedarme con la más literal. La de
morir de amor. La de una emoción desmedida que provocó una grave
descarga de catecolaminas, con elevación de la tensión arterial y
el gasto cardíaco. Esto, sobre la base patológica de un corazón
débil y con su pared dilatada, fue demasiado y cedió por el punto
más débil conduciendo a la muerte. Murió con el corazón roto.
El amor
romántico este viernes tenía forma de señora mayor. Tenía las
uñas de pies y manos bien pintadas. Tenía las mechas recientes.
Tenía la impresión de haber acudido a una cita para la que llevaba
años esperando. El amor romántico este viernes no había planeado
una cena con champagne, no había regado de rosas el colchón ni
puesto velas por el pasillo.
La
muerte a plena luz en nuestro tiempo ha alcanzado niveles de
cotidianidad que la hacen indistinguible de una reforma
constitucional con el pertinente cambio de gobierno o el relato
psicótico de una agresión por parte de un torero. Los cementerios
visitados durante el día pueden formar parte de un trabajo
corriente. Sin embargo llega la noche y el territorio de la sonrisa
es ocupado por el miedo atávico a lo que no entendemos ni conocemos.
Ayer dejé el coche aparcado hasta la madrugada en el parking del
tanatorio porque he conocido a una mujer que murió de amor. La he
conocido cuando ya no pudo contarme qué sentía por alguien que ya
no estaba ahí. La he conocido fría e irremediablemente pálida, con
el corazón roto de manera literal. Entonces, de esa manera que
sucede con la gente que merece la pena conocer, de nuestro encuentro
sólo me he llevado preguntas pero ninguna respuesta.