jueves, 30 de julio de 2020

Verano en Videmala

Un verano defectuoso, sin ver París ni el Galibier, completando las siestas con etapas en diferido. La simulación que es esta época se ha confirmado a través del deporte sin público, cuando llegan los “huy” tres segundos después de que la devuelva el recogepelotas. 

Lo único auténtico que he encontrado es pasar el verano en el pueblo. Jamás tuve un estío mediterráneo ni campamento lingüístico en Brighton; tuve que conformarme con los cuadernos de vacaciones Santillana en la mesa de la cocina interrumpido por el ruido cada vez que arrancaba la maquinaria del viejo frigorífico .  

Ahora se vienen las tardes de piscina entre artículos de investigación, las etapas cortas de bicicleta que son más largas que las que echaba hace 15 años y para los niños soy el desconocido que una vez alguien representó para mí, aunque ahora lleve dentro un niño más grande buscando el espíritu de aventuras que el de 15 tal vez no se atrevía. 

Por todo ello me gusta la sensación de que mi tiempo aquí sigue siendo presente, que envejezco a la vez que la casa y los árboles, que pertenezco a este desorden igual que él forma parte de mi constitución. Un lugar en el que no sentirme extraño, un momento en el que sentir paz, un silencio apenas roto por viento y animales, atardeceres de acuarela y noches estrelladas, el ruido de la vida cierta y no representada, donde la simulación sólo llega a través de relatos.